jueves, 3 de junio de 2010

La Casa


Marito

Un hombre sin edad. De esos que pueden acusar 39, mal llevados, o 58 años, en óptimo estado.
Un hippie viejo. Muy flaco, estimo que limpio (cosa que nunca vi en los dos años que coincidimos en el edificio) pesaría unos 50 kilos.


Como chica simpática que soy y haciendo honor al concepto que la gente del interior es re buena y macanuda, siempre tuve muy buena onda con mis vecinos.
Titi, de quién prontamente hablaré, era una señora mayor que me llevaba sopa de verduras y me dejaba regalitos colgados del picaporte, o me pasaba notitas con demostraciones de afecto por debajo de la puerta.

Una de las primeras conversaciones con Marito fue más o menos así...

Marito: hola vecina!! Soy Marito yo. Cómo estás??

Caro: hola Marito! yo bien!!! Soy Carolina*.

En ese momento él estaba en la puerta de su depto y yo en el mío, compartíamos pared. Ahí nomás, abriendo un poco su puerta como mostrándome algo me dijo, "pasá cuando quieras que todavía quedan un montón de cosas", y se fue, ni idea qué me estaba queriendo decir...

Bajé los dos pisos por escalera y al salir del edificio tenía en la puerta a una chica de unos 20 años, medio stone, volanteando.


Me entregó un papelito y al leerlo entendí todo.


"Marito se va de viaje, vende todo y alquila su casa".


Esa fue nuestra presentación.


No le compré nada, claro. Le quedaban un par de bombillas, un colchón y algún que otro trapo y frazada.
Todo transcurría normalmente en el edificio, no más que algunas interacciones en las escaleras, o escuchar muchos ruidos ya que era de reunirse mucho con personas ruidosas. Pero a mí los ruidos no me joden en lo más mínimo, o sea que no tenía inconvenientes con sus fiestas.




Una noche toca timbre una pibita...

Pibita: hola vecina! Soy mengana... como es 29 hice ñoquis para 16 personas, pero me di cuenta que no tengo ollas, jijiji!! Tenés alguna para prestarme?

Caro: sí, claro. Ahí te doy.

Le di mis tres ollas. Varias tandas iba a tener que hacer la poco previsora muchachita.
Al día siguiente tenía mis tres ollas lavadas y colgadas de mi picaporte. Obvio que cuando abrí la puerta cayeron estrepitosamente; no entendí por qué las colgaron, era obvio que se iban a caer*.






Continuará...






*Cabe aclarar que jamás me llamó por mi nombre, siempre fui "vecina".
*Escrito esto, reflexiono. Claro, cómo iban a pensar en la caída inevitable de las ollas si no fueron capaces de pensar en la necesidad de ollas a la hora de hervir mil quinientos ñoquis...






1 comentario:

Madie dijo...

Qué lindas las historias de vecinos :P Quiero saber cómo sigue eso... lo de las tres ollas colgadas del picaporte me mata, jeje.