jueves, 16 de diciembre de 2010

Adicciones


Dos años.

24 meses.

730 días.

Bueno, si somos muy exactos diría que fueron 729 días... una no es de hierro...

Era la noche del día 15 de diciembre, comienzos del 16 cuando apagué aquel cigarrillo. Un lucky strike que sabía delicioso, con un suave humo que acarició mi garganta e inundó mis pulmones por última vez, quizá lo más placentero se debía que era consciente de que era el fin de mi adicción. Como una relación que se termina antes de lo que quisieras y das ese que sabés es el último beso.
Si seguimos siendo muy exactos diría que no fue el fin de mi adicción sino de escucharla y hacerle caso, de responder a sus pedidos impostergables de nicotina y a sus gritos implorando que sostuviera el cilindro maldito entre mis dedos*.
Después de dos años puedo asegurar y firmar donde quieran, apostando toda mi fortuna, claro, que no es la nicotina. No señor.

La primer semana pudo haber sido. Era una sensación de ahogo -una paradoja increíble, dejo de fumar para aclarar mi voz y no ahogarme, entre otras cosas, y me ahogo- constante. A veces ese ahogo lograba salir de mi cuerpo y lloraba como una loca desesperada; me temblaban las manos, se aceleraba mi corazón y hervía de nervios cada día.
Leía cuanta página y foro hubiera, leía todas las recomendaciones sobre qué hacer cuando era atacada por la urgencia de fumar un cigarrillo de dos metros. Qué hacía con esas ganas? Unas ganas tamaño oso polar, ojo.


Ok, caminar. Las ganas seguían intactas.
Tomar agua. A los pocos días de dejar, tuve una fiesta en mi propia casa. Debo haber tomado más agua en dos horas que lo que se bebe en una semana. Terminé la mayor parte de la fiestita en el baño, y mientras hacía pis el oso polar seguía cagándose de risa en mis hombros.
Respirar profundo. Yo le agregué imaginar que con cada respiración se da una pitada. Funciona bastante, la verdad, no es lo mismo, obvio, pero tranquiliza bastante.

Así fue pasando el tiempo. No sé cuándo sucedió que me fui olvidando de los lucky... sólo a veces me vuelve esa desesperación que me hace llorar otra vez como una loca, o desperar angustiada luego de un sueño en el cual fumaba tranquilamente.

Tuve un pequeño desliz hace un par de meses, dos pitadas habrán sido. Por suerte me ahogué y tosí cual principiante, si no no estaría enviando este mail, estaría fumando en la vereda del trabajo.
Dos años han pasado... no lo puedo creer!!!! Las ganas no se van pero ahora es mucho más fácil resistirme. No fue así con mi ex novio. No sólo no pude resistirme sino que vivo con él. Ojalá tarde muchos años mi mente en jugarme una treta psicológica que diga que si con mi ex me fue bien tal vez pueda irme bien si vuelvo a las andadas tabacales...

Ahhh, y un mensaje a todos lo que te recalcan la importancia de recuperar el gusto y el olfato: "cúrtanse! ustedes dónde viven? en los campos de jazmines de Glade??? Acá hay una olor horrible!"





* Tal como ese deseo por ese que te dejó antes de tiempo y morís por enviarle aunque sea un mensaje de texto. Es increíble la analogía!!! Dejar de fumar es como extrañar a un ex novio que te hacía sufrir... sabés que te hace mal, no conduce a ningún lado, pero no podés evitar caer en la tentación.