... así que esa fue mi primera vez, y era chica, sabés? Incluso demasiado me parece; pero hoy lo pienso y no me sorprende tanto, era como de esperar... digo, por cómo fui criada, por cómo es nuestra familia.
Además, pasando por alto este episodio, muchas cosas siguieron igual. Mi rutina, más allá de este cambio, de este antes y después en mi vida como yo lo llamo, era la misma. Durante la semana amanecer a eso de las siete, mamá preparaba el desayuno; si es que no lo hacía yo, porque siempre me levantaba primera y me encantaba despertarlos a todos con la leche y las tostadas en la mesa. Y después de eso, bueno... papá nos llevaba al colegio, pero sólo si hacía frío, si no nos íbamos caminando con los chicos -ah, porque tengo dos hermanos más grandes, no sé si te lo había dicho-, me acuerdo que me llevaban corriendo para no ligarse media falta...
Me trae tantos recuerdos contarte esto... era tan chica, tan nena todavía. Si me podía pasar horas jugando con las muñecas, y cómo me gustaba, cómo disfrutaba de esas tardes enteras perdida en ese mundo paralelo y de fantasía que habitaba en mi cuarto...
Los fines de semana también amanecía tempranito, cuando mamá y papá se iban a trabajar al negocio y yo me pasaba corriendo a la cama grande a ver los dibujitos. A las ocho, todavía me acuerdo con exactitud la hora, pasaban mi preferido de ese entonces...
Pero lo más lindo era a la tarde. Qué felicidad! Siempre hacíamos algo divertido juntos, íbamos a dar vueltas en auto a la laguna, o al quincho, y mientras ellos jugaban al tenis yo compartía hasta que caía el sol con mis amigas. Eso sí que era lindo...
Pero los domingos... los domingos eran otra cosa, era el día de la semana que más se esperaba en casa, pensar que hoy los siento tan deprimentes...
Tipo once papá prendía el fuego, se tomaba un vermucito con los abuelos en el patio, charlaban de carreras, de fútbol... mientras, mamá en la cocina con las abuelas preparaban las ensaladas y algún estofado; asado y pastas fueron siempre los menúes de domingo en casa. Y aunque suene raro ellas también hablaban de carreras, de fútbol...
Y así crecí yo, entre cientos de historias, sobre todo de fútbol, y sobre todo de Boca... si es el día de hoy que me acuerdo cuando mi vieja me enseñó la formación de Boca de no sé qué año... Roma, Silvero, Marzolini...
Y las veces que me contó cuando con los chicos de su barrio pintaron todos los árboles azul y amarillo, o cuando escuchaba los partidos por radio a upa del abuelo. De ahí debe venir mi fanatismo por la radio, para mí no hay como vivir los partidos con la radio chiquita pegada al oído, mucho por gusto y un poco por cábala...
Ahora me vienen tantas cosas a la cabeza... todo lo que compartí con el abuelo, largas tardes tomando mates al lado de la bomba, seguro que con él empecé a tomar mates. Las historias prácticamente troyanas que me contaba, incluso de la anécdota más pequeña hacía un relato épico, donde obviamente el héroe, el coloso, venía embanderado con esos dos colores que él tanto amaba.
Es increíble como uno puede olvidarse de tantos momentos y detalles que nos formaron, que nos hicieron tan felices cuando éramos chicos, o por lo menos, eso me pasa a mí.
Ahora que te lo cuento me surgen todos esos recuerdos, es como una lluvia de imágenes, yo jugando, los chicos, la abuela blanqueando la ropa con la tabla, mami que se va a trabajar, papá a la tardecita volviendo de la delegación, los abuelos, la bomba, los mates; de sonidos, risas, gritos, relatos lejanos de domingo, la chicharra cantando en los calurosos días de verano, la radio; de olores, la tierra mojada, ese aroma siempre a jabón y perfume en las manos de la vieja (así es como llamo siempre a la abuela Ester), el café con leche o el chocolate en lo de la Cholita (la otra vieja), las tortas fritas, el asado. Qué sabor! la carne sólo sobre un pan, así, con las manos nomás, y sentados todos debajo del limonero.
Hacía mucho que no me detenía a pensar en esos años...
Pero bueno, listo, volvamos al tema. Como te venía diciendo, de la primera vez te aseguro no importa cuán chica o cuán grande seas, no te la olvidás más, te sumerge como en otra realidad, no sé si decirte la realidad de los grandes, pero es algo así como eso... Te deja una marca y ya nada vuelve a ser como antes.
En mi caso, todo cambió, tanto para mi mamá como para mi papá, mamá se puso contenta, pero papá.. pobre... no. Se dio cuenta ahí que ya no había vuelta atrás, yo ya había decidido mi camino. Y tenía razón, porque si bien era una nena todavía, en eso ya pensaba y, sobre todo, sentía como ellos. Como que crecí de golpe.
Cuando mamá se dio cuenta me abrazó fuerte y me sentó en su falda, yo no la quería ni mirar, me daba bastante vergüenza... pero sabía que ella me entendía... mi primera vez...
Y papá en el fondo también me entendía, pasa que le daba bronca, ahora sólo le quedaba el Chelo para acompañarlo. Yo ya estaba del otro lada... definitivamente era bostera, como mamá y Dani, y como el abuelo... en eso no había vuelta atrás...
La primera vez... qué manera de llorar... fue en un partido contra Colo- Colo allá en Chile. Cómo no iba a llorar si el partido era un desastre, piñas por todos lados! Encima los policías habían soltado a los perros y me acuerdo que uno estaba a los tarascones con el Mono Navarro Montoya y el Mono era mi ídolo! Ahora lo recuerdo y me causa gracia, pero estaba desconsolada... tendría diez años más o menos...
La primera vez...
La primera vez que lloré por vos, mi amado azul y oro.