Me gustan los hombres románticos como nunca pensé que podía llegar a hacerlo.
Fui siempre de esas que se sonrojaban si el novio caía con un ramo de flores; he sido de las que se escondían y puteaban mucho por dentro si el fulano de turno aparecía para el aniversario de primer mes con un oso gigante; soy de las que se regodean de placer imaginando todas las barbaridades que llegaría a cometer si a alguien, novio, amante, amigos, familia o lo que fuere se le ocurriera, bajo efecto de drogas o déficit neuronal, ponerme un pasacalles.
No me gustan las demostraciones públicas, puertas adentro, ok, puedo llegar a adaptarme. Pero si me caes con dos docenas de rosas no pudiste evitar que alguien te viera con semejante arreglo cargado de papeles de colores en brazos. Como agravante, las flores son inútiles. Si venís con una bolsa gigante de Prune no tengo problemas, aunque te vea hasta el papa no me da ni ésto de vergüenza...
Por eso lo que hiciste el otro día me llenó de amor, rebasé de ternura y pasión.
Una cena bajo las estrellas en nuestra propia casa, en nuestro propio living.
Sólo fue una noche porque por suerte al día siguiente pudieron tapar el agujero que el pelotudo del plomero había hecho sin darse cuenta cuando buscaba por qué era la filtración que teníamos del balcón terraza del departamento de arriba.